Una llamada bastó para acelerarme el corazón. Todavía recuerdo cómo acontecieron los hechos. Luego que una tragedia nos reuniera en aquel sitio, surgió una relación un tanto peculiar. Tú llegabas recién salido del trabajo, vistiendo el uniforme de la empresa, mientras yo había logrado, a penas, sacar una blusa de luto de mi ropero para esa triste ocasión. Pediste mi número para no perder contacto, intercambiando miradas rebosantes de todo tipo de sentimientos, y luego agitamos las manos en señal de despedida.
Pasaron los días y esa llamada por fin llegó. Atendí el teléfono y mi corazón latía con una fuerza y velocidad increíbles al darme cuenta de que tú te encontrabas del otro lado de la línea, invitándome a salir. «Aló. ¿Gloria? ¿Estás ahí?»- alcancé a escuchar por el auricular-«Gloria, soy yo… Rigo… Rigoberto, el primo de Margarita…». Concertamos una cita y pasaste por mí al salir del trabajo. Así comenzaron a tejerse recuerdos cuidadosamente elaborados con cientos de gratos detalles.
Esta noche, en particular, se asoma a mi memoria un recuerdo peculiar. Mientras conversábamos en tu automóvil, siguiendo la procesión ocasionada por el tráfico camino a mi casa, frases muy tuyas se grababan en mi mente como si tomara anotaciones de una clase de la universidad. Me contabas que recordabas que lo que más te gustó cuando me viste por primera vez era que me conociste riendo y que querías verme reír siempre. Yo me sorprendí pues nunca alguien me había dicho lo que tu, ni me había tratado tan bonito como tu.
En medio de pláticas sobre ti, de mí, de nosotros… de pronto, como si me hubieses leído la mente, prendiste la radio, conectaste tu celular y me dijiste -«Gloria, estoy seguro que lo que escucharás te va a gustar muchísimo. Recuerdo que cantas este tipo de música. Aunque no sé si hayas escuchado a este señor…»- y a continuación se reprodujo la música. En ese preciso instante, sin darme cuenta, nació un sentimiento muy bello en mi corazón.
Desde esa vez, salimos en varias ocasiones. Nos comprendíamos el uno al otro de una manera casi perfecta. Sin embargo, descubrimos que, por más que quisiéramos, esas promesas que un día hiciste no se llegarían a cumplir. Tú desapareciste al poco tiempo, sin dejar rastro, como si jamas hubieses existido. El tiempo borró casi toda huella que dejaste en mi alma y mi corazón, mas no logró borrar los bellos recuerdos de los momentos que compartimos en más de una ocasión. Esos recuerdos que me hacen sonreír incluso en tu ausencia.
Mujer Pensativa. Mikhail Satarov.